“Jehová, a ti he clamado; apresúrate a venir a mí; escucha mi voz cuando te invoque” (Salmo 141:1).
Cansada, coarté a mi cuerpo a salir de la cama con la esperanza de un día lleno de acción. Como madre de tres niños pequeños, mis días comienzan corriendo detrás de ellos y sientiéndome un tanto agobiada. De algún modo, me desenvuelvo durante la mañana entre el desayuno, los pañales, las lecciones y aquellas tareas hogareñas que nunca acaban. Antes de que me pudiera dar cuenta, era la hora de preparar el almuerzo. Mi energía se había acabado cuando se me acerca el más pequeño de mis adorables hijos, mirándome con sus ojitos… nuevamente tiene hambre. Como un piloto automático encendido, comienzo a preparar otra comida más para el día.
Nuestro refrigerador está situado al lado izquierdo de la cocina y cuando abro la puerta no puedo ver hacia el otro lado. Mientras me encontraba frente a la cocina, ocupada en los asuntos del almuerzo, advertí que la puerta del refrigerador estaba levemente entreabierta. No vi a nadie, de modo que me dirigí hacia el otro lado y allí estaba… el color había desaparecido de su rostro y me miraba fijamente con sus ojitos llenos de miedo. Mi hombrecito hambriento había decidido tomar el asunto con sus propias manos.
El cero es un número inusual. No tiene valor por sí mismo. Vale cero. Nada. Una marca vacía. Ocupa un lugar solamente. Pero, a pesar de ello, tiene muchas funciones. A un lado de la escala decimal puede aumentar el valor de la cifra que le sigue. Un número uno (1) solo, es una entidad en sí mismo. Cuando un cero se instala al costado derecho del uno, el valor de ambos sube a 10.
Al otro lado de la escala decimal, el cero tiene un efecto totalmente contrario. El cero disminuye el valor de la cifra. El número decimal 9, solo, es casi un todo. Pero, cuando el cero es colocado al lado izquierdo del 9, pierde un tremendo valor. Lo que antes era 90 centavos (casi un dólar), ¡de repente pierde su valor y se convierte en 9 centavos (.09)!
Los sentimientos también pueden fluctuar en su valor. Sé que es así porque en mi vida ha sido un hecho. A veces, cuando la vida me ha oprimido, termino sintiéndome como un cero. Convertida en nada. Alguien que ocupa un lugar solamente.
Recientemente asistí al aniversario de la clase de la escuela secundaria de la cual me gradué hace ya veinte años. Fue maravilloso. Nos pasamos todo el tiempo repitiendo vez tras vez que lucíamos igual que antes. Creo que esperábamos que con la repetición se convirtiera en realidad.
En los meses anteriores a ese fin de semana, quedé gratamente sorprendida al comprobar dónde había llegado ese grupo de personas que tanto amé. Pero en otros momentos me sentía indigna de asistir al evento. Algunos de mis compañeros de curso habían llegado a ser doctores, uno es un famoso concertista en violonchelo y viaja alrededor del mundo, otro es policía. También hay exitosos empresarios, un dueño de un restaurante y yo: la madre de dos niños, dueña de casa y alguien que cambia pañales todo el día y debe lavar toneladas de ropa sucia. ¿Cómo comparar?
Felizmente, sólo me sentí triste por un instante, antes de que me inundaran sentimientos de amor —amor por mis compañeros de clase, amor por mis maestros que me ayudaron a llegar a ser lo que soy y amor por las experiencias que viví en la academia (buenas y malas). Lo que no olvido es que mi valor verdadero proviene de Alguien a quien amo y que me ama. Soy amada por mi familia, por mis amigos y por mi Dios.
Vi a la madre de John en el supermercado. John había pertenecido al Club de Conquistadores con mi hijo. Mi hijo menor lo había invitado a él y a sus padres a la ceremonia de honor donde Ben recibiría el grado de Águila. Mi hijo admiraba a aquel muchacho.
La madre de John me vio y me felicitó por el logro de Ben. Alabó a mi hijo. “Es un gran muchacho”, me dijo. Sus palabras eran sencillas y halagadoras.
Luego, dijo: “Me gustaría que mi hijo se pareciera más al tuyo”.
Su afirmación me desconcertó.
Una pareja discutía acerca de quién debía hacer el café cada mañana. La esposa, decía: “Tú debes hacerlo, porque te levantas primero en la mañana y así no tendríamos que esperar tanto”. El esposo, decía: “Tú estás encargada de cocinar y lo debes preparar tú porque ése es tu trabajo. Yo sólo debo esperar a que esté listo”. La esposa contestaba: “No, lo debes hacer tú. Además, en la Biblia dice que el hombre debe preparar el café”. El marido contestó: “No lo creo, muéstrame dónde está lo que acabas de decir”. Entonces trajo la Biblia y la abrió en el Nuevo Testamento, mostrándole la palabra...“HEBREWS” (esta anécdota sólo tiene sentido en el idioma Inglés*).
¡Esa sí que es una exégesis bíblica en su mejor forma! ¡Quién lo hubiera pensado! Siempre me he preguntado cuál es el significado del título de ese libro del Nuevo Testamento.
Es interesante ver cuántas de nuestras interacciones con los demás degeneran queriendo comprobar quién tiene la razón como si eso fuera el factor más importante. Nos encanta “demostrar” la autoridad apoyándonos en nuestras posiciones para que vean lo imbatibles que somos. Al final, llega a ser más importante tener la razón que poder relacionarnos con los demás.
Preocupado por el Hombre
“Sea el cambio que quiere ver en el mundo”.¿Ha oído esa frase antes? Mahatma Gandhi la inventó y ahora es famosa. Pensé en ella mientras miraba un antiguo episodio del programa Oprah en mi reproductor de video digital. Este programa en particular tenía que ver con “ayudar a la gente” convirtiendo en realidad algunos de sus sueños. Una de esas “formas de hacerlo” fue una cena gratis de KFC para el público en el estudio y para todos los que estaban viendo ese episodio. Pero a pesar de mi amor por la comida, la parte que me conmovió hasta las lágrimas no fue la relacionada a los alimentos.
Will.i.Am, el famoso líder de Black Eyed Peas estaba presente en el programa. Estaba allí para hablar del programa de becas que había comenzado y que llamó “i.Am Scholarship”. Comenzó este programa para financiar la educación de estudiantes que no podían pagar sus estudios. Will despertó un día y decidió que deseaba hacer la diferencia entre la juventud de su generación. Deseaba utilizar su fama y su dinero para hacer el bien. Compartió de las dificultades que tuvo que enfrentar en la vida. Cómo compró su actual casa debido a que podría observar desde su ventana los edificios del barrio pobre donde creció y vivió. Compartió cómo –de no haber sido por su madre soltera–, él no sería el hombre que es hoy. Ella creyó en él y lo animó para que soñara en grande.
Él dijo que no deseaba depender del Presidente de su país para que sucedieran los cambios en los que él podría poner algo de su parte. Así que en un día –y en menos de cinco minutos–, cambió las vidas de cuatro estudiantes afroamericanos que se estaban graduando de la escuela secundaria. Prometió que les pagaría todos sus estudios universitarios, sus libros, su internado… todos sus gastos.
Quehaceres domésticos. Toque el tema y es casi seguro que podrá ver a sus hijos cómo desaparecen. Las tareas domésticas no son un tema popular, pero deben ser realizadas para mantener el hogar funcionando de buena forma. He aquí algunos consejos para cerciorarse de que cada uno ponga de su parte:
1. Comience desde que son Pequeños – Si usted tiene hijos pequeños, pareciera que es más fácil que usted mismo realice las tareas. Sin embargo, si desea que obtengan una buena ética de trabajo cuando sean mayores, necesitará entrenarlos a temprana edad. A veces será necesario ayudarlos, dándoles una manito, pero luego esta práctica dejará grandes dividendos.
2. Confeccione un Horario Rotatorio – Mi esposa ha confeccionado un horario semanal para los quehaceres domésticos. Los deberes incluyen lavar los platos, barrer el piso, pasar la aspiradora y guardar la ropa recién lavada. A cada niño le toca realizar las tareas por lo menos una vez a la semana. (Esas pueden ser buenas o malas noticias para el niño, dependiendo de cuál labor debe realizar hoy). La consistencia en esta área puede alargarse al tratar de que las cosas se realicen.
3. El Frasco del Trabajo – Todos los domingos abrimos el “frasco del trabajo” y cada niño escoge un papelito con una tarea escrita. Aquel día, luego que todos han terminado sus tareas, salimos por ahí para darnos un gusto. Esta actividad es algo aparte de las tareas regulares ya planificadas y nos ayuda a realizar juntos aquellos quehaceres extra.
Mi hijo del medio vino de la universidad para pasar el fin de semana con nosotros. Antes de irse de vuelta, me entregó un rollo de monedas de veinticinco centavos. “Casi me olvido”, dijo, “¿puedes utilizarlas tú?”
No estoy tan mal financieramente como para usar las monedas de mis hijos. Más bien, es una costumbre que ellos y yo comenzamos en el año 1999. Mi hijo mayor tenía entonces 18 años, y el menor, sólo ocho.
The Mint* había empezado a utilizar monedas de veinticinco centavos. Les dije a mis hijos que iba a reunir cuatro juegos –uno para cada miembro de nuestra familia. Si encontraban una moneda que faltara, yo los utilizaría a cambio.
Fue económico. Cuatro juegos completos –con Filadelfia y Denver– representaban $100 en monedas de veinticinco centavos a través de diez años. Fue divertido, una forma de involucrar a mis hijos y a mí en una misma actividad.
Se me acercó para que lo ayudara en su tarea de Inglés, pero él fue quien realmente me ayudó a mí. La asignación era escribir un poema utilizando un símbolo. Escogió un ancla, y esta es la razón.
Había tomado malas decisiones recientemente, y lo habían descubierto. Antes que lo hicieran sus padres, la escuela y sus amigos ya lo sabían. Todos parecían tener una opinión de la verdad y cuál debería ser su castigo. Los chicos en la escuela tomaban partido por un lado o el otro. Algunos cuestionaban su integridad. Pero luego de leer el poema que escribió como tarea, supe lo que había en su corazón. Lo tituló, “Mi Ancla”:
Ancla de mi vida
sujétame a la tierra
cuando la vida se descontrole
y me circunde.
Si usted es un policía que trabajaba donde yo vivía en 1990, por favor desista inmediatamente de leer este artículo. O, si es un joven impresionable que llevaría a cabo las ideas encontradas en este artículo, se aplica lo mismo para usted. Proverbios 12:13 nos advierte que: “En el pecado de sus labios se enreda el malvado, pero el justo sale del aprieto.” Ay, cómo hubiera deseado que esas palabras hubiesen encontrado un terreno fértil en mi mente cuando yo era un adolescente descuidado y despreocupado, con mucho dinero en los bolsillos y bastante tiempo libre para gastarlo a mi manera.
La conducta que presentaré, no podría caer en la categoría de malévola e, incluso, puede ser hasta divertida para muchos, incluyéndome yo. Mi disposición y ansiedad por tomar parte en esas actividades, es lo perturbador. Es la misma ansiedad que casi me inspira ¡a seguir un punto de vista calvinista acerca de la naturaleza humana!
Por un período que duró unos pocos meses durante un hermoso verano, mis amigos y yo descubrimos una travesura que nos pareció irresistiblemente divertida. Bueno, no nos resistimos a ella realmente. Sólo sentíamos un entusiasmo auténtico acerca de lo que sería una broma impresionante. Todo comenzó en una inocente tienda de abarrotes. Nos íbamos al pasillo de las sodas y tomábamos los dos paquetes más grandes de gaseosas que pudiéramos encontrar. El asunto probablemente parecía algo inofensivo para las cajeras, puesto que no había nada de sospechoso en un grupo de jóvenes adolescentes comprando sodas en un caluroso día de verano. Esa era la parte hermosa de nuestro infame accionar. Si ellas hubieran sabido cómo planeábamos utilizar aquellos refrescos, estoy seguro de que se habrían preguntado a dónde iría a parar nuestra sociedad.
Más...
Yo adoraba a mi padre. Siendo la única hija mujer de tres hermanos, en cierta forma me sentía como su niña mimada. Mi padre era un hombre de sonrisa fácil y modales refinados. Cada vez que me hablaba, sus grandes ojos negros parecían tocarme el alma.
Recuerdo cuando por las tardes se acercaba a la mesa donde solía hacer mis deberes escolares para preguntarme si había algo que no comprendiera de las materias. Él lo sabía todo. Además, siempre que tenía que dibujar algo, me ayudaba a realizar primero un croquis. Mi padre era un gran dibujante.
Pero los recuerdos más grandes que tengo de él son aquellos cuando los acordes de su requinto* inundaban la casa. Yo corría a su lado y me quedaba absorta mirando sus manos eximias pulsar aquel instrumento. “¿Me enseñas a tocar una canción, papá?” –le preguntaba. “Ven, aquí, cielito”, respondía, sentándome sobre sus rodillas, entregándome el requinto. Mis manos pequeñas trataban de imitar sus acordes, pero pronto desistía de la idea al sentir que las yemas de mis dedos estaban como el fuego.
Pero un día salió rumbo a su trabajo y no volvió a casa por la tarde. Ni tampoco al día siguiente… Mi madre, desesperada, recorrió los hospitales y las morgues de la ciudad. Como aún no sabíamos nada de él, un amigo que era detective privado, le ofreció sus servicios en forma gratuita. Pronto descubrió que mi padre había abandonado el país con rumbo desconocido. Pero no iba solo. Se había ido con otra mujer.
Se dice que como Dios no podía estar en todas partes, creó a las madres. Pero pienso que creó a los padres para mostrarnos Su carácter.
Algunos aspectos del carácter de Dios se muestran a través de la historia de la zarza ardiente, la voz de trueno y los relámpagos del monte Sinaí, haber calmado el mar furioso o la purificación del templo. A través de mi padre pude detectar el especial lado creador del carácter de Dios.
Cuando escucho a alguien leer “La Creación” de James Weldon Johnson, veo a Jesús en Su momento más creativo, y también veo a mi padre.
Cuando niña, en ocasiones en que los padres jugaban a lanzar al aire a sus hijos o practicaban juegos rudos, mi padre y yo lo hacíamos con juegos de palabras, de enunciación. Algunos niños se jactaban de la proeza atlética de sus padres. Yo nunca dije: “Mi padre puede pegarle al tuyo,” pero a menudo pensaba que él podría dejarlos sin habla.
Mientras le enviaba un regalo para el bebé de una amiga, me asombré al comprobar que estaba entrando en otra fase de la vida. Aún no soy miembro de algunos de los club élite de mi generación conocidos como Club de los Abuelos. Sin embargo, he observado a numerosos de ellos cómo interactúan con sus nietos. Durante mi niñez tuve la compañía de tres abuelos y mis propios hijos pasaron la mayor parte de su niñez disfrutando de esa etapa con sus cuatro abuelos y varios bisabuelos.Tienen recuerdos especiales yendo a la playa con ellos durante varios veranos, subidos en un tractor o acariciando a los gatitos.
Varios de nuestros mentores favoritos han sido estupendos modelos a seguir. Al jubilarse, se mudaron para estar en el mismo pueblo que la familia de su único hijo y entretejer las vivencias junto a sus nietos. Jack puso un columpio especial en la cabaña de la familia, les lleva doughnuts recién hechas a sus nietos cada semana y asiste junto a Mary a cada partido de béisbol, concierto o evento de la escuela. Pero lo más importante de todo, es que ellos animaron a sus nietos a asistir a la iglesia y a gozar de una vida espiritual. El mensaje constante hacia sus nietos era: “Tú importas. Eres precioso. Llegarás a ser un hombre de Dios.”
Comiendo los sobrantes, recuperando el hogar. Las tareas comunes que siguen a las festividades también traen consigo momentos de reflexión en cuanto a las recién pasadas semanas. Surge una sonrisa al recordar los chistes compartidos con aquel pariente que es “el alma de la fiesta”. Ojos llenos de lágrimas nos recuerdan una vez más al ser querido que ya no está con nosotros. Los hijos están más crecidos. Los ancianos más viejos. El tiempo viene y va antes de que nos demos cuenta y entonces hacemos planes para el año nuevo que nos hará ir a toda prisa –cumpliendo con las fechas topes, trabajando más duro y proveyendo para nuestras familias.
En Mateo 22, Jesús resume los dos mandamientos más importantes: Amar a Dios por sobre todas las cosas y amar a nuestro prójimo.
Este año, enamorémonos de nuevo de nuestro Salvador. Leamos la carta de amor que nos dejó y compartamos con Él nuestras alegrías y nuestros dolores. Démosle a nuestra familia el tiempo que merece. Enmendemos y fortalezcamos nuestras amistades. Hagamos el esfuerzo de ser amigos de aquellos que no comparten nuestras creencias. En mi experiencia, he aprendido que la preocupación sincera y las palabras bondadosas demuestran mucho mejor el amor de Dios que los sermones empapados de doctrina.
Todos tenían un nuevo equipo de pesca, menos yo. Mi padre y dos de mis hermanos mayores habían ido a la tienda de artículos de pesca más cercana y habían escogido el mejor equipo que podrían encontrar. Había un aire de anticipación en nuestro humilde hogar mientras hablaban ansiosamente del inmenso pez que ellos probablemente pescarían con sus nuevas cañas de pescar y sus nuevos carretes.
Yo tenía diez años de edad y aunque no había ahorrado suficiente dinero para comprarme nada nuevo, mi padre permitió que fuera con él y con los chicos a pescar en el estanque que quedaba frente a nuestra casa. Llevaban cañas brillantes y flexibles. Yo llevaba un asta de palo, de cinco pies de largo, equipada con una cuerda pesada, una bobina y un viejo gancho para pescar. Ellos llevaban cajas nuevas y brillantes para el aparejo de pesca. Yo, una lata de sopa de tomates llena de lombrices que había excavado del jardín.